Mientras los medios de comunicación de todos los madrileños se ocupan de temas de claro y evidente interés para el público (ver preguntas 5, en pág. 7, y 29, en pág. 20), y mientras Espe ocupa su tiempo en remover mierda, hace falta saber de arqueología para encontrar información sobre cosas gravísimas que pasan en Madrid. Gravísimas hasta el punto de dejar sin clase a toda una facultad, la de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Rey Juan Carlos (que pese al nombre es pública), en el campus de Fuenlabrada. Me ha tocado vivir esta historia en primera persona, y si no a mí a algunos compañeros de clase, así que puedo aportar algún que otro detalle.
Para empezar, desde antes de las 8 y media de la mañana había en la puerta del campus al lado de la boca de metro (Hospital de Fuenlabrada) un par de fornidos vigilantes de seguridad de una empresa privada solicitando el carnet de la universidad, documento que casi nunca se usa en nuestro campus hasta el punto de que muchos alumnos aún tienen uno provisional de cartoncillo porque el Rectorado no se ha dignado enviar el bueno, y registrando el interior de bolsas y mochilas de los estudiantes (hecho de legalidad cuestionable, al no tratarse de miembros de ningún cuerpo de seguridad del Estado sino de simples subcontratados). Aglomeración en la puerta, muchos no llevaban el carnet encima y después de hora y pico de viaje se les impedía la entrada, tensión creciente... nadie sabía a ciencia cierta qué pasaba, porque además los vigilantes, al preguntarles, se limitaban a contestar que lo hacían "por razones de seguridad". Se empezaba a rumorear que lo que pretendían era prevenir un supuesto botellón (o "botellona" para los lectores del sur de Despeñaperros) que al parecer se había convocado mediante e-mails (a mí no me llegó ninguno) en el campus a mediodía. Por suerte yo llevaba el carnet encima y lo más peligroso que había en mi mochila era un lápiz mal afilado, así que logré que me dejaran entrar.
La primera clase transcurrió con normalidad, aunque por la ventana de nuestra aula podíamos ver que se iba acumulando más gente en la puerta pero los alumnos iban entrando con cuentagotas. De pronto, a eso de las diez y media, irrumpió en el aula un representante de alumnos al que yo no había visto nunca, muy feliz y contento, convocándonos para una manifestación a las 11 en punto delante del edificio del decanato para protestar contra este registro. Tras una breve discusión con la profesora (Sagrario Morán, que no me cae nada bien pero que, hay que decirlo, en este caso tenía toda la razón del mundo), que se quejaba de que era una falta de respeto interrumpirle la clase de esa manera, el representante y el grupo de estudiantes que tenían detrás se largaron y continuamos la clase. Pero no pasaron ni cinco minutos hasta que apareció un tipo pequeñito, de unos cincuenta y tantos años, vestido igual que los vigilantes de la puerta, que se asomó y nos dijo "oye, que desalojéis esto". Vimos que en las aulas vecinas pasaba lo mismo, así que no hubo más remedio que hacerle caso.
A partir de aquí el desorden total. Nadie, ni profesores ni alumnos, ni siquiera las bedeles de los edificios, tenían la más mínima idea de qué pasaba. Los de seguridad, una vez salimos del edificio se desentendieron de nosotros, aunque permaneciéramos al lado del aulario. Hubo gente que se largó a su casa, otros se acercaron al Decanato para la famosa protesta, otros simplemente nos quedamos deambulando por allí sin saber qué hacer.
Pudimos captar dimes y diretes para todos los gustos. Unos decían que había habido hasta dos amenazas de bomba; luego nos enteraríamos de que ésta era la razón "oficial" que alegaban desde los altos cargos de la Universidad, pero resultaba algo difícil de creer si se tiene en cuenta que nos habían registrado a la entrada, que no vinieron más de dos coches de la policía local y que nadie se molestó en controlar el "desalojo" más allá de ordenarnos "salir de clase"; con esta organización, el día que de verdad pase algo puede ser terrible.
En todo caso, resulta que ni los propios policías sabían nada de bombas, así que parece más viable lo que apuntaban otros, de que el objetivo de todo este follón no era otro que disuadirnos de montar el famoso botellón. Tampoco lo tenía previsto, oigan: aunque no se lo crean hay gente que va a la universidad con el objetivo de recibir clase. De todas formas, a alguien se le debe de haber caído algún tornillo. No parece muy sensato desalojar una universidad y suspender las clases de todo el día por un asunto que, aparte de afectar sólo a una parte de los alumnos, se despacha rápido con un par de maderos. Ni mucho menos parece muy inteligente jugar con amenazas de bomba, sobre todo teniendo en cuenta que muchos de los estudiantes vienen de Madrid capital a través de la estación de Atocha.
Porque la tercera posibilidad que me planteaba en tono de broma el delegado de mi clase en principio es descartable: hay movidas políticas gordas en la facultad y hoy los delegados de cada clase tenían que acudir a votar a los delegados de cada titulación, de las tres o cuatro que hay en el campus, quienes a su vez luego participarían en la elección del nuevo decano; podría haber sido un intento de boicotear estas elecciones por parte de la candidatura "oficialista", que tras el descalabro en las elecciones a Junta de Alumnos lo tiene jodido para salir adelante. Habría que estar muy mal de la cabeza para montar tanto follón por un asunto en el que está implicada tan poca gente (sólo los delegados), pero después de los pucherazos y corruptelas en esas elecciones, que pese a todo perdieron, no doy nada por descartado.
En definitiva, que hoy una falsa alarma mal gestionada se ha cargado mi derecho a la educación. Y mañana vete a saber: dicen que dicen que dicen que tampoco va a haber clase, pero la Universidad no lo ha comunicado aún oficialmente. Si sale alguna novedad sobre este tema se hará saber, y en cuanto me sea posible (y el jefe me explique cómo se hace, que todavía no domino yo muy bien esto de Blogger), subiré fotos que ha sacado un colega durante todo este pifostio.
Como dice mi padre, si no estamos ya todos locos "nos falta un minuto".
jueves, 30 de marzo de 2006
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