sábado, 30 de diciembre de 2006

Atentado en Madrid (IV): el discurso del Presidente, más de lo mismo


Y poco después de las 6 de la tarde, el Presidente del Gobierno comparecía ante los medios de comunicación. La Vicepresidenta, el Ministro del Interior y el Secretario de Estado de Comunicación ocupaban la primera fila de asientos de la sala.


Sin su vacua sonrisa, el Presidente pierde mucho. Es incapaz de hacer frente a situaciones tensas. En cierta medida es normal, es algo humano, pero un Presidente no se puede permitir eso. Cuando no sonríe, es otro. Se le notaban las ojeras, presentaba un gesto serio, parecía hasta enfadado. ¿Hasta qué punto no ha sido parte de la gran obra teatral? ¿Se lo imaginan ustedes informando oficialmente ante los medios de comunicación prácticamente cada dos horas, estilo Acebes en el infausto marzo de 2004? Yo, sinceramente, no.

El Presidente es una imitación de sí mismo. Misma cadencia de voz, mismas pausas, misma esdrujulización de las palabras, mismos gestos, y lo más importante, mismo vacío de ideas. El Presidente afirma que suspenderá el diálogo y califica el atentado como gravísimo. Es lo menos que podía hacer, pero deja la puerta abierta. No dice claramente que el mal llamado proceso ha llegado a su fin irreversiblemente. Hasta tres veces le han preguntado los periodistas de la sala sobre esa cuestión. Hasta tres veces no ha respondido nada. Un informador con acento suramericano le ha pedido, en un ejemplo de genialidad por su parte, que explicara la semántica de sus palabras, es decir, que qué quería decir, si sí o si no, y que no divagara más, que su discurso y palabras no significaban absultamente nada, o bien significaban cualquier cosa. Otra informadora, disculpándose por la repetición de la pregunta, ya que no estaba para nada clara la respuesta, le ha preguntado de nuevo de una manera inequívoca sobre si el "fin del diálogo" significa "fin definitivo del proceso". El Presidente volvió a responder lo mismo, entre circunloquios y perífrasis.

Yo creo que lo ha dejado claro, pero, en su tónica habitual, hace parecer que no se sabe exactamente lo que piensa, es decir, no va de frente y asumiendo lo que dice. Es su estilo. Yo creo que ha quedado claro que no, que ahora pararán, pero que volverán, cuando se vuelvan a dar las circunstancias adecuadas de voluntad inequívoca de abandono de la violencia, la cual es otra frase de indudable características vacuas zapateriles. Esto nos lleva a un bucle infinito. Sería muy fácil para mí preguntar ahora que cuál es el límite que el señor Presidente considera que los terroristas no deben sobrepasar en el famoso proceso.

Y es que todo eso me lleva a pensar que lo que tiene el señor Presidente no es un ansia infinita de paz, sino un ansia infinita de poder. Y nada logrará pararlo. No hay límite.

Como vengo diciendo en el día de hoy, uno ya no sabe hasta qué punto esto es real o es una burda, a la vez que infame, farsa, una burda representación donde cada cual sabe lo que tiene que hacer y cómo actuar. Pero lo grave no es eso, grave ha sido el atentado, pero lo que es gravísimo es que es este individuo el que está al frente de un país en unas circustancias como las actuales. ¿Es él el que tiene que luchar ahora contra el terrorismo? No me lo creo...

Y finalizo esta serie de artículos sobre el atentado. Y termino como empecé. Lo primero, las víctimas. Casi 15 horas han pasado desde la explosión y no hay noticias de los dos desaparecidos. No hay derecho. No hay derecho a destrozar de esa manera a dos familias. No hay derecho que vayas a un aeropuerto a recoger a alguien querido, y más en estas fechas, y que pase esto. No hay derecho. Mi más profundo apoyo para las víctimas. Para todas.

1 comentario:

Carlos López dijo...

Sin duda frente al drama del atentado esto es un asunto muy menor, pero me parece indignante que durante cuatro horas no se haya nado la menor información sobre la existencia de un desaparecido.

Es una falta de respeto a la opinión pública comparable al hecho de que el presidente haya estado la friolera de 9 horas escondido hasta su primera aparición pública, que se la podría haber ahorrado para lo que ha dicho.